lunes, 19 de enero de 2015

Unos Chunguitos muy chungos

La expulsión de los hermanos Salazar de 'Gran Hermano-VIP' empaña a uno de los nombres míticos de la rumba flamenca madrileña


Juan y José Salazar junto a Manuel, tercer componente de Los Chunguitos.

Lejos, muy lejos quedan los tiempos en que Los Chunguitos triunfaban, llenaban salas noche tras noche y su discográfica les pedía un disco cada año del que se despachaban decenas de miles de ejemplares. La deplorable actuación de los hermanos Juan y José Salazar, supervivientes del popular trío que contribuyó a encumbrar la rumba, en 'Gran Hermano VIP' demuestra lo difícil que resulta envejecer en ocasiones bajo los focos. Sus declaraciones de tipo homóbofo y racista, criticadas por asociaciones de gays y lesbianas y partidos como el PSOE, les han conducido directamente a la expulsión del programa por decisión de su productora, Mediaset, poniendo fin a un episodio más próximo a aquellas películas de marginalidad y persecuciones a bordo de coches 'Seat 1430' de cuyas bandas sonoras formaban parte que a un género musical más serio y con mucha mayor historia de lo que parece.

Muy a pesar de lo presenciado en 'GH-VIP', los Chunguitos pertenecen a una estirpe gitana extremeña que lleva el flamenco en la sangre y que ha jugado un papel muy importante en su renovación y, sobre todo, en su popularización. Su tío, José Salazar Molina, Porrina de Badajoz (1924-1977), se llevó el género a Madrid. Figura en la antología de los mejores cantaores españoles. Su voz y su manera de interpretar los diferentes palos flamencos era única, excepcional, a juicio de la crítica. Tampoco su padre, Gonzalo Salazar, cantaba mal, pero nunca obtuvo la fama de sus tres hijos adalides de la rumba urbana. O de sus hijas Encarna y Toñi, Azucar Moreno, que, como sus hermanos 'chunguitos', en los últimos tiempos han probado la popularidad de los platós televisivos. La saga flamenca continúa con varios miembros más de la familia Salazar a través del grupo Alazán, que ganó el festival de Benidorm en 2000, y el dúo Romanó, entre otros.

Triángulo del oro de la rumba



Para entender el devenir de Los Chunguitos hay que situarse en su punto de partida: los estertores del franquismo, malas calles, una infancia tirando piedras y una revolución musical a punto de ebullición. A mitad de los años 70. Mientras Peret llevaba a la rumba catalana por entresijos entonces desconocidos de la fusión de estilos, Los Chunguitos formaron parte del triángulo del oro de la rumba madrileña, que completaban Los Chichos y Los Chorbos, legendario grupo impulsor del sonido Caño Roto y en el que militaba un joven y experto guitarrista apodado Manzanita. Prácticamente, los hermanos Juan, José y Enrique Salazar (quien falleció en 1982 marcando el declive del grupo) se criaron en las calles de Vallecas con los hermanos Julio y Emilio González, otros dos tipos inquietos llamados a la gloria de la rumbita: ellos formarían Los Chichos con Juan Antonio Jiménez, el famoso ‘Jero’, tras un afortunado encontronazo en un tren con destino a Vigo.

Siempre se ha establecido un paralelismo entre los dos grupos, alimentado evidentemente por su formato (ambos eran tríos), sus coincidencias de historial y sus elevadas ventas. De hecho, hace unos cuantos años realizaron una gira conjunta por varias ciudades españolas. Sin embargo, cada uno de ellos disponía de sus propias fronteras, sus propias reglas interpretativas. Incluso una concepción distinta de la escritura. Aunque pudieran tener en común argumentos como la marginalidad, la cárcel, la prostitución y las drogas, en el caso de Los Chichos el tono era mucho menos áspero y barrial, más sentimental. Eso sí, todo en aquel escenario resultaba muy diferente a la luminosidad festiva de su hermana catalana, salvo en excepciones como 'Y esta rumba tan flamenca'.

Los Chichos siempre han dicho que lo suyo fue el 'sonido Chichos'.



 Y es cierto. Contenía matices que lo diferenciaban del estilo surgido en Caño Roto, barrio madrileño donde Los Chorbos experimentaban una suerte de fusión entre el flamenco y el funky americano de los años 70. Fue breve y tuvo escasos referentes, entre los que cabe citar también a Las Grecas, cuya influencia se dejó sentir más tarde en la música de Azúcar Moreno. Los Chunguitos, en cambio, eran más urbanos, duros y vallecanos. Asfálticos. Hablaban de discotecas, de billares, de padres borrachos y de madres que fregaban, de buscarse rollos buenos y de pillar una litrona. Vivían en Vallecas desde niños, después de que sus padres dejaran Badajoz para ganarse la vida en la capital de España. Posiblemente, ese sonido y esa actitud se convirtió en el pasaporte para participar en las bandas sonoras de películas como 'Perros callejeros', 'Deprisa deprisa' y 'Días contados'. Cabe dejar aparte su contribución a otras cintas mucho más próximas en el tiempo como 'Ja me maaten…' o 'Ekipo Ja'. Ya ha quedado dicho que en ocasiones se envejece mal.
Gracias a la áspera banda sonora de 'Perros callejeros' y el impacto social provocado por este relato de delincuencia y marginalidad dirigido en 1977 por José Antonio de la Loma y protagonizado por 'El Torete', Los Chunguitos consolidaron la incipiente fama que habían cosechado un año antes gracias a la decisiva ayuda de Ramón Arcusa.

'Dame veneno'



Los Salazar se ganaban la vida cantando por los bares de la parte histórica de Madrid. Durante una fiesta, al componente del Dúo Dinámico le llamó la atención la calidad de sus voces y armonías. La rotundidad de sus letras. El ritmo de la rumba flamenca madrileña. De inmediato, Arcusa convenció a su discográfica para que contratara a aquellos rumberos veinteañeros. En 1976 editaron así su primer álbum, que contenía 'Dame veneno', posiblemente su canción más recordada. Superaron los cien mil discos vendidos. Un despegue en toda regla.

Luego vendría la película de José Antonio de la Loma y una frenética sucesión de actuaciones y grabaciones. Los Chunguitos eran una fábrica de rumbas. Cada año, un disco. Las noches de sábado en la televisión perdían color sin ellos. A la par se forjaría el mito de la rivalidad con sus amigos de Los Chichos; un falso duelo, pero que proporcionó enormes réditos comerciales. Los Chichos y Los Chunguitos se convirtieron en los reyes de las gasolineras. Ganaron varias casetes de platino. A finales de los 70 y principios de los 80, las carreteras españolas eran ellos, el 'Seat 124' y los calendarios de neumáticos llenos de chicas neumáticas. 'Me quedo contigo', 'Algo para volar', 'Soy un perro callejero' y el asfalto. Nada más.

Sólo años más tarde, en las postrimerías de los 80 y especialmente en los 90, la gasolina comenzó a faltar. Las letras de la rumba madrileña ya no molaban. 'El Torete' y 'El Vaquilla' eran historia.

El género se había vuelto repetitivo. El mismo corsé melódico que le llevó hasta su cumbre hizo probablemente que no pudiera ensancharse, enriquecerse con otras fusiones. Estaba todo dicho. Por el contrario, el nuevo flamenco se perfilaba como un estilo recién llegado más fresco, divertido, festivo, cool, encarnado en una larga lista de artistas que, como los Ketama, realizaban unas producciones mucho mejores y adaptadas a los tiempos en curso y, sobre todo, a las radiofórmulas. Aun con todo, Los Chunguitos continuaron con cierta fama. Que se lo pregunten a Jordi Pujol. El expresidente de la Generalitat, más intrépido que en Andorra, decidió en 1999 organizar un mitin-festival en Barcelona invitando como reclamo al trío rumbero.

Más de 15.000 personas acudieron al acto, pero con el propósito no de escuchar al entonces líder de CiU, sino a Los Chunguitos. Recibieron a Pujol con una pitada tan abrumadora que éste sólo acertó a decir un par de frases antes de ceder el testigo a los hermanos Salazar. Aquel fue el día que la rumba venció al soberanismo. Viendo el percal, ni Artur Mas ni Duran Lleida, que debían hablar también en el mitin, se subieron al escenario y prefirieron dejar que Pujol se comiera el marrón él solito. Más o menos como ahora.


TEMAS Soniquete (Miguel Pérez)

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